En cualquier acto de comunicación pueden encontrarse diversos elementos. Cada uno determina, a su vez, una de las funciones del lenguaje: el emisor cumple una función expresiva; el receptor, una función conativa; el mensaje, una función poética; el código, una función metalingüística; el contexto, una función denotativa; y el canal, una función fática. Estos elementos son imprescindibles dentro de cualquier acto de comunicación, aunque suele predominar uno sobre otro.
Todos los elementos cobran gran importancia dentro del ámbito de la literatura y la publicidad, respectivamente. Puede apreciarse que ambas disciplinas tienen cosas en común como, por ejemplo, el uso de la retórica. También cabe señalar que en las dos se hace referencia a los mitos que hablan de las necesidades humanas, como el erotismo o la fuente de la eterna juventud.
Por otro lado, hay notables diferencias entre ellas. En la obra literaria, el emisor suele ser
individual mientras que, en la publicidad, no es un autor, sino la empresa que
encarga la propia publicidad; el autor, por tanto, es 'invisible'. Otra diferencia la hallamos en la función expresiva del lenguaje: en la literatura vende
el reality, pero en la publicidad se valora el efecto en el lector, ya que esta disciplina puede influir directa o indirectamente en él.